Lateralus.

Negro y luego blanco es todo lo que veo en mi infancia.

Rojo y amarillo llegaron para ser, alcanzándome.

Déjame ver. Abajo, tan arriba y más allá, imagino

arrastrado más allá de las lineas de la razón.

Presiona el envoltorio. Míralo doblarse.



Mucho pensar, sobre analizar separa el cuerpo de la mente.

Marchitando mi intuición dejando todas estas oportunidades detrás.

Alimentando mi deseo para sentir mi momento irse fuera de las líneas.

sábado, 11 de enero de 2014

¿Cómo amarlas?

Mis recuerdos no son del todo claros. Entonces me preguntaré, para así ver si puedo recordar: ¿Cómo lo hice yo?.

Nací por parto normal, en un hospital normal, tuve una infancia normal, y vengo de una familia normal. Quizás eso me hizo ser así; fuera de lo normal. Tanta cotidianidad me sacó de mis casillas -en algún período, dentro de mi línea de tiempo-. Por cierto, entre tantas "normas" está la de criarme como en los tiempos antiguos, añejos, fuera de onda. Esa que te dice cosas como: 'Dios creó al hombre y a la mujer', 'mujer que está con un hombre, después con otro, y así sucesivamente, sin comprometerse, es puta', 'decir garabatos es malo' 'hay que respetar a las personas según su edad, si es mayor, más respeto', 'si un hombre te grita algo en la calle, por más desagradable que sea, debes guardar silencio y no hacer nada'. Etcétera, etcétera... ese tipo de cosas machistas-patriarcales-cerradas de mente y poco progresistas me enseñaron, con las que claramente, nunca concordé. 

En fin, no sé si eso tendrá que ver, pero lo que yo vengo a contar es esto: Ayer besé a una mujer. Y sí, me gustó. He pensado incansablemente en el por qué de esto y la verdad aun no comprendo nada. Jamás había visto a una de esta forma tan sexual/romántica. En mis años de vida me han gustado tanto y tantos hombres, que nunca imaginé esto. Sin embargo, admito que si no fuese por lo maricones, retrógrados, y por qué no decirlo, PENCAS que han sido ellos conmigo, no hubiese sentido esas ganas de probar cosas totalmente distintas, esa curiosidad por encontrar algo que realmente me hiciera bien. Llegué, y ahora todo para mi es diferente. Cuando voy en el metro, me enamoro de mujeres guapas tal como lo hacía antes con hombres. (Lo que no quita que me siga fijando en ellos, los detestables). Descubrí entonces, -con toda esta experiencia-, cómo es que se puede llegar a amar a una mujer, o cómo una mujer puede amar a una mujer, y un hombre a otro hombre.

Dentro de todas esas reglas arcaicas y rancias que nos enseñan desde que somos pequeños, y especialmente si 'pertenecemos' a religiones o creencias absurdas, está esa mala costumbre de envidiar; eso que se nos suele educar como un 'pecado capital'. Así es como la biblia jamás logró combatir ese sentimiento, nunca pudo destruirlo, ni siquiera con el miedo que se nos inculca de irnos al infierno. Simplemente, seguimos odiando y envidiando (en mi caso de fémina) a toda mujer que sea más linda que nosotras, más alta, más delgada, con ropa más linda, con estilo más original, etc. Pero yo, queridos cristianos, he encontrado la forma de acabar con ese sentimiento tan negro y apestoso. Está en mirarlas de la misma forma que lo hacemos con ellos. Pregúntense a ustedes mismas: ¿Por qué nunca sentimos envidia por un hombre?. Porque a ellos los miramos con otros ojos, los mismos con los que yo empecé a mirarlas a ellas. Entonces de pronto me di cuenta, que hace un tiempo atrás, al ver a una mujer hermosa, me daban celos, me cuestionaba por qué yo no era así, la odiaba. Hoy, si la vuelvo a ver, digo: ¡Guau! y lo único que me cuestiono es por qué ella no está a mi lado. Tampoco digo que para mi la belleza sea todo lo necesario para que alguien esté conmigo, para nada, simplemente son formas exageradas de referirme a mi nuevo pensamiento. Por eso, obsérvalas, recórrelas, ámalas, son preciosas.

Ellas llegaron y me han hecho bien, -la mayoría-, han sido las encargadas de mis sonrisas y mis buenos momentos. Ellas no me han hecho daño alguno. Pero, como ya mencioné al principio de este lésbico relato, yo no soy normal. Y de hecho, soy tan, pero tan anormal, que llego a ser heterosexual (bueno, ni tanto). Y los sigo prefiriendo a ellos, los retrógradas y pencas. Masoquista y anormal, eso soy. De todas formas, agradezco todo esto que me ha sucedido, porque me ha hecho abrir los ojos, cambiar el ship, apreciar las maravillas de cada persona sea cuál sea su maldito sexo.

Cuánta razón le encuentro ahora a Gabriel García Márquez, cuando habla de lo difícil que es escribir un cuento, ya que nunca sabes cómo lo vas a terminar.